Este año decidí visitar Londres durante el mes de abril. La idea llevaba tiempo rondando por mi cabeza, así que aproveché unos días libres en el trabajo para lanzarme a esta pequeña aventura. El viaje comenzaba desde Madrid en avión. El vuelo estaba programado para las 11 de la mañana, por lo que salí con tiempo desde casa, con mi maleta, una mochila y esa mezcla de nervios y entusiasmo que suele acompañar todo comienzo de viaje.
Al llegar al aeropuerto de Heathrow ya se notaba la diferencia: la temperatura era más fresca y el cielo algo grisáceo, como si Londres mantuviera esa atmósfera única de niebla y misterio. Cogí el metro hasta mi alojamiento en la zona de Paddington. Era un hotel pequeño, sin grandes lujos pero muy acogedor, ideal para descansar tras las caminatas por la ciudad.
Ese primer día decidí tomármelo con calma. Después de dejar las cosas en la habitación, salí a caminar por Hyde Park, donde la primavera empezaba a mostrar tímidamente sus colores. Me senté en un banco, comí un sándwich que había comprado en una tienda local y observé a la gente pasar: ciclistas, familias con niños, parejas paseando con cafés en la mano. Ese ambiente relajado me ayudó a desconectar del estrés acumulado.
Los siguientes días opté por explorar la ciudad tanto en grupo como por mi cuenta. Hicimos las visitas típicas: el Big Ben (aunque estaba en restauración, seguía siendo icónico), la Abadía de Westminster, el Palacio de Buckingham y por supuesto, el Museo Británico, donde me quedé hipnotizado frente a la Piedra Rosetta y las esculturas del Partenón.
Uno de los días más memorables fue la subida al London Eye. A pesar de la cola, mereció totalmente la pena. Desde lo más alto, las vistas del río Támesis y del skyline londinense eran simplemente impresionantes. Otro momento especial fue el paseo nocturno por la zona de Southbank, con sus luces reflejadas sobre el agua y músicos callejeros tocando melodías suaves.
Para comer, opté muchas veces por food trucks y mercados como Camden y Borough Market. Probé platos que jamás había comido antes, como fish and chips auténtico, tikka masala y hasta un brownie vegano que me sorprendió por su sabor.
El penúltimo día decidí ir a Notting Hill por mi cuenta. Callejeé entre casas de colores pastel, librerías con encanto y tiendas vintage. Me pareció un rincón mágico, como si todo allí tuviera un ritmo más lento y nostálgico.
El sábado por la tarde regresé al aeropuerto para volver a Madrid. El vuelo fue tranquilo y durante el trayecto no dejaba de repasar mentalmente todas las pequeñas historias vividas en esos días. Londres me dejó con la sensación de haber visitado una ciudad llena de contrastes, historia y vida. Un lugar donde perderse es también una forma de encontrarse.
Autor: Guille - Publicado: 8.4.25 - Viaje realizado: 1.4.25Archivo Diarios de viajes
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